Alberto García Hamilton, el fundador de este diario, nació en Montevideo, en 1872. A los 17 años escribía en El Comercio, periódico del que tres años después sería director, en Fray Bentos, una localidad fronteriza con poco más de 4.000 habitantes. En el Uruguay de esos años, tensionado por las luchas entre “colorados” y “blancos”, todo el periodismo, al igual que en el resto del mundo, era –bajo categorías del presente- militante. La adscripción de García Hamilton y su medio a las ideas de Aparicio Saravia, líder blanco que se había levantado contra el gobierno colorado, obligó al joven periodista a exiliarse en la Argentina para evitar la prisión o el fusilamiento.
En 1898, García Hamilton se instaló en Tucumán para trabajar en El Orden, diario en el que llegó a los más altos niveles de conducción y del que luego se alejó por diferencias con su propietario. Catorce años después de su llegada, en 1912, durante el mediodía de un 4 de agosto frío y neblinoso, se imprimía el primer número de LA GACETA.
El nuevo diario tucumano nacía en el año de la promulgación de la Ley Sáenz Peña, norma que consagraría el voto secreto y obligatorio, con el objetivo de desterrar las prácticas fraudulentas. Era un momento de profundas transformaciones en varios planos. Nuestro país se asomaba a un período de apertura democrática mientras un creciente militarismo llevaba a Europa hacia la Gran Guerra que, en términos de cohesión histórica, dejaría atrás el mundo decimonónico. El periodismo daba un giro, alejándose de las férulas ideológicas que subordinaban la información a las posiciones políticas, a través de la construcción de un modelo de negocio apoyado en la relación con las audiencias y en ingresos publicitarios sobre los que se apoyaría una autonomía económica. Esa autonomía permitiría sostener una independencia editorial, ligada a estándares profesionales que privilegiarían el rigor informativo dentro de un nuevo contrato de lectura.
LA GACETA, 111 años junto a los tucumanosSeñales de cambio
García Hamilton detectó tempranamente las señales del viraje histórico pero muchos tardaron en asimilar los cambios. En esos primeros años, su diario apoyó editorialmente la transformación política que tenía como vehículo al radicalismo. “LA GACETA, si bien mira con franca simpatía los principios y la conducta del radicalismo, no es órgano partidario, como erróneamente se lo considera”, señalaba un editorial de diciembre de 1912. La celebración de una interna radical entre dos facciones, derivó en el asalto de una turba militante al diario, que incluyó un duro tiroteo –que dejó varios heridos y un muerto- mientras agentes de policía actuaban como simples espectadores. Una pasividad similar se repetiría, 88 años más tarde, ante la quema de una edición completa de LA GACETA.
Volvamos a principios del siglo pasado. No era un período fácil para un debate matizado. Las ediciones de la primera década reproducen pormenores de numerosos retos a duelo en los que aparecen involucrados periodistas de LA GACETA. Uno de ellos, Alfredo Coviello, codirector del diario, se batió a sable con Julio Rosenvald, director del diario El Orden. “No se puede decir como periodista lo que no se puede sostener como caballero”, decía por entonces Ezequiel Paz, director de La Prensa.
El fundador, que había sufrido en carne propia las secuelas de la violencia y la arbitrariedad, hizo un constante esfuerzo por el equilibrio de su medio. En 1923, consignaba en un editorial: “LA GACETA jamás ha de descender del terreno mesurado en que se colocó desde su fundación”. Se refería a las agitaciones de la época pero la frase nos interpela en el presente. Había allí, en gestación, lo que el periodista Fernando Ruiz denomina una “ética de la moderación”.
Han pasado 112 años desde el 4 de agosto fundacional. LA GACETA hoy ya no circunscribe a un solo soporte. Sigue siendo el diario de mayor circulación del interior y el tercero a nivel nacional, pero ese es uno de los productos de una empresa periodística que llega a sus audiencias por múltiples canales. Con siete millones de usuarios únicos mensuales, la edición digital de LA GACETA es una de las más masivas de la Argentina. Con más de un millón de usuarios y espectadores que siguen los contenidos generados para redes sociales y, desde LG Play, para el cable y el streaming, llega a más gente que nunca antes. Se trata de una verdadera proeza técnica. Diariamente se genera un promedio de 130 notas en la web y el papel, a los que se suman cinco horas de producción audiovisual. En conjunto se combinan unas 120.000 palabras diarias, para los que un lector/espectador promedio requeriría unas diez horas pare leer/escuchar. Un centenar de cronistas, editores, diseñadores y fotógrafos, apoyados en más de medio centenar de técnicos, comercializadores y administradores se coordinan para mantener informada a una comunidad. El objetivo es nutrir el debate público con hechos verificados, contextualizados y jerarquizados, complementados con miradas diversas, para que la sociedad pueda resolver diferencias, arribar a consensos, desarrollarse, formarse, entretenerse y definir un rumbo. No hay otro camino para un sano debate público que el del contraste razonado de argumentos y posiciones, apoyados en una agenda de cuestiones sobre cuya existencia y características básicas tenemos un consenso. Proporcionar las bases e insumos de ese diálogo es el propósito fundamental del periodismo.
Sociedades fragmentadas
La discusión pública se ha deteriorado progresivamente a nivel global. Vivimos en sociedades cada vez más polarizadas, desinformadas o mal informadas, fragmentadas, encerradas en monólogos paralelos, proclives a la descalificación. Es ostensible el hartazgo extendido entre los ciudadanos por los efectos de sucesivas gestiones públicas impregnadas de corrupción, ineficiencia o simple incapacidad para satisfacer expectativas crecientes de un mundo interconectado. Esa comprensible indignación se canaliza, con progresiva frecuencia, a través de propuestas políticas novedosas, usualmente críticas de las variantes tradicionales, muchas veces legítimas y saludables pero en ocasiones propiciatorias de medidas hostiles contra ciertos sectores, impulsadas por discursos inflamados. A veces el hartazgo se traduce en un preocupante escepticismo respecto de los valores democráticos y de las fórmulas de coexistencia pacífica apoyadas en el respeto al otro. El periodismo sigue siendo un eficaz antídoto con que cuenta la ciudadanía contra la división, el imperio del agravio y la inminencia de una violencia que suele romper el tejido social imprescindible para la conversación cívica y la convivencia armónica. Sigmund Freud afirmaba que la civilización nació el día en que un hombre, en lugar de pegarle a otro con un garrote, lo insultó. La violencia verbal, respecto de la física, constituye un paso adelante en las relaciones humanas. Pero, cuando hemos aprendido a convivir en comunidad y a resolver diferencias a través del intercambio de opiniones, el insulto es también la antesala del golpe, del regreso a la barbarie.